Hoy más de 100 centros practican la equinoterapia en todo el país.
Esta nueva modalidad terapéutica comenzó a implementarse en enfermedades
ligadas a trastornos motores y neurológicos graves, así como ha tenido
excelentes resultados en enfermedades como el autismo.
Se
fundamenta en tres principios básicos: la transmisión del calor
corporal, de impulsos rítmicos y de un patrón de locomoción equivalente
al de la marcha humana. El caballo es un ser sanador a través de su
lenguaje corporal y emocional y sirve de espejo al alma humana
Los
caballos se comportan socialmente en forma noble, equilibrada. Sólo les
preocupa el bienestar y la supervivencia de su especie. Por su
naturaleza herbívora, han desarrollado un intenso sensor de energía,
para prevenir los peligros. Esto hace de ellos seres muy sensibles, que
se relacionan con las personas desde la conciencia emocional: lo que
sienten, lo reflejan en su comportamiento, algo que los seres humanos no
siempre hacemos. Por eso, los que van a este tipo de terapias,
desarrollan una relación emocional con el caballo que les permite
movilizar todo aquello que los angustia, los paraliza o los atemoriza.
Eso los hace curarse desde lo sensorial y no desde lo verbal.
En
el país, los caballos con los que se trabaja en equinoterapia son de
raza criolla o mestizos, no tienen más de 1,60 m de altura, y tienen
entre 8 y 15 años. Deben ser domados en forma natural, sin sometimiento,
lo cual da una total seguridad para trabajar y confiar en ellos. En todos los casos
deben ser animales que previamente han sido evaluados en su doma por
los equinoterapeutas y entrenados para tal fin. No deben ser asustadizos
y deben estar familiarizados con todo el material didáctico que se
utiliza en pista: aros, pelotas, bastones, burbujeros, música, maracas,
peluches, entre otros. Es un trabajo que requiere de un cierto tiempo
dependiendo de cada animal para tener la confianza y certeza de que no
se produzcan accidentes.
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